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El cristianismo cobra vida cuando el ser humano acepta con inquebrantable confianza que sus pecados no solo han sido perdonados, sino olvidados y lavados en la sangre del Cordero. La mesa de la comunión – Santa Cena- celebra la buena nueva de que, en el anhelo de Dios, Cristo nos representa. Lo que el hombre nunca podía alcanzar a través de una disciplina personal, Dios lo logró completa y suficientemente a través de la obra de Jesucristo.

La Santa Cena celebra el hecho de que la salvación que Jesús conquistó a favor nuestro, no podía ser ganada o conquistada a través de la conducta humana, sino que era ofrecida por gracia, por tanto, es garantía de paz, confianza, fraternidad y perdón de Dios no solo para ti, sino también para mí. La inclusión de Judas, quien traicionó a Jesús, a compartir el pan y el vino, iba más allá de un acto de cortesía por parte de Jesús, era la encarnación de su misión en el mundo, con su mensaje de paz y reconciliación para todos.

El comer el pan y beber de la copa, no solo simboliza la humillación, el desprecio, sufrimiento y muerte desgarradora que Jesús voluntariamente aceptó pagar para cancelar la deuda por nuestros pecados, sino que es un acto de misericordia de Dios el Padre, al incluir previo al sacrificio de su Hijo en la cruz, en la mesa de comunión, a los pecadores invitados, con el fin de bendecirlos a todos.

Por tanto, la belleza del evangelio radica en la poderosa verdad de que: “No hay buenas nuevas si le decimos a la gente cuán condenados están, las buenas nuevas revelan el hecho maravilloso de que aún hoy, veinte siglos más tarde, Jesucristo quiere invitarlos al gran banquete a cenar con Él”.

¿Y tú estás participando de la mesa?