Afianza tu fe

El pasaje de hoy nos enseña que, al pedir algo, la oración actúa como el vehículo, mientras que la fe sirve de combustible.

A menudo, el temor nos impide orar. Y, cuando finalmente decidimos hacerlo, suele ser como nuestro último recurso. Tendemos a centrarnos más en nuestro problema que en quién es Dios realmente.

Sin embargo, la oración es el medio por el cual avanzamos hacia la meta. Pero un vehículo sin combustible resulta inútil. Por ello, la oración requiere el combustible de la fe. Una oración carente de fe no alcanza su verdadero propósito.

La Biblia nos asegura que recibiremos aquello que solicitemos, siempre y cuando lo hagamos con fe y de acuerdo a la voluntad de Dios.

«Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos algo conforme a su voluntad, él nos escucha.» - 1 Juan 5:14.

A través de las Escrituras, se evidencian ejemplos de milagros resultantes de oraciones cargadas de fe. En Juan 11, observamos que Jesús oró antes de llamar a Lázaro fuera de la tumba; en Mateo 14, Jesús tomó cinco panes y dos peces, oró por ellos, y se produjo la multiplicación; y cuando Pedro sanó al cojo en Hechos 3, primero oró "en el nombre de Jesucristo de Nazaret".

Es probable que, en el transcurso de tu vida, hayas enfrentado momentos difíciles que impulsaron el crecimiento de tu fe: una enfermedad, una crisis, un problema. En estas situaciones, tu oración ha sido crucial para fortalecer y reafirmar tu identidad en Cristo.

A lo largo de nuestro camino, aprendemos que la fe permite ver lo posible en medio de lo imposible; reconoce lo sobrenatural e ignora lo meramente natural; la fe persevera en la esperanza, desafía la lógica y es capaz de obrar milagros.

Punto de acción

Que la certeza de la fiel respuesta de Dios a tus oraciones te animen hoy a clamar por cielos abiertos y confiar que él responderá en su debido tiempo.

Punto de acción

Dios mío, ayúdame a afianzar mi fe en ti a través de la oración; y que pueda afianzar mi identidad en Cristo a la medida que oro y doy gracias a ti. Amén

Lectura bíblica necesaria: Hebreos 11